Publicado originalmente en Journal of Prenatal and Perinatal Psychology and Health, 16(2), invierno de 2001
Resumen: El papel de la crianza de la naturaleza debe reconsiderarse a la luz de los sorprendentes resultados del Proyecto Genoma Humano. La biología convencional enfatiza que la expresión humana está controlada por genes y está bajo la influencia de la naturaleza. Dado que el 95% de la población posee genes "aptos", las disfunciones en esta población son atribuibles a influencias ambientales (crianza). Las experiencias de crianza, iniciadas en el útero, proporcionan "percepciones aprendidas". Junto con los instintos genéticos, estas percepciones constituyen la mente subconsciente que da forma a la vida. La mente consciente, que funciona alrededor de los seis años, opera independientemente del subconsciente. La mente consciente puede observar y criticar las cintas de comportamiento, pero no puede "forzar" un cambio en el subconsciente.
Una de las controversias perennes que tiende a provocar rencor entre los científicos biomédicos se refiere al papel de la naturaleza frente a la crianza en el desarrollo de la vida [Lipton, 1998a]. Los polarizados del lado de la naturaleza invocan el concepto de determinismo genético como el mecanismo responsable de "controlar" la expresión de los rasgos físicos y de comportamiento de un organismo. El determinismo genético se refiere a un mecanismo de control interno que se asemeja a un programa de "computadora" codificado genéticamente. En la concepción, se cree que la activación diferencial de genes maternos y paternos seleccionados "descarga" colectivamente el carácter fisiológico y conductual de un individuo, en otras palabras, su destino biológico.
Por el contrario, quienes respaldan el "control" por medio de la crianza argumentan que el medio ambiente es fundamental para "controlar" la expresión biológica. En lugar de atribuir el destino biológico al control de los genes, los especialistas en crianza sostienen que las experiencias ambientales desempeñan un papel esencial en la configuración del carácter de la vida de un individuo. La polaridad entre estas filosofías simplemente refleja el hecho de que quienes respaldan la naturaleza creen en un mecanismo de control interno (genes), mientras que quienes respaldan los mecanismos de crianza se adscriben a un control externo (entorno).
La resolución de la controversia sobre la naturaleza y la crianza es profundamente importante con respecto a la definición del papel de la crianza de los hijos en el desarrollo humano. Si quienes respaldan la naturaleza como fuente de "control" están en lo cierto, el carácter y los atributos fundamentales de un niño están predeterminados genéticamente en el momento de la concepción. Los genes, que se supone que se autoactualizan, controlarían la estructura y función del organismo. Dado que el desarrollo sería programado y ejecutado por los genes internalizados, el papel básico de los padres sería proporcionar nutrición y protección a su feto o niño en crecimiento.
En tal modelo, los caracteres del desarrollo que se desvían de la norma implican que el individuo expresa genes defectuosos. La creencia de que la naturaleza "controla" la biología fomenta la noción de victimización e irresponsabilidad en el desarrollo de la vida. “No me culpes por esta condición, la tengo en mis genes. Como no puedo controlar mis genes, no soy responsable de las consecuencias ". La ciencia médica moderna percibe a un individuo disfuncional como alguien que posee un "mecanismo" defectuoso. Los “mecanismos” disfuncionales se tratan actualmente con medicamentos, aunque las compañías farmacéuticas ya están promocionando un futuro en el que la ingeniería genética eliminará permanentemente todos los caracteres y comportamientos desviados o indeseables. En consecuencia, cedemos el control personal sobre nuestras vidas a las “balas mágicas” ofrecidas por las compañías farmacéuticas.
La perspectiva alternativa, apoyada por un gran número de laicos y una creciente contingencia de científicos, amplía el papel de los padres en el desarrollo humano. Aquellos que respaldan la crianza como mecanismo de "control" de la vida sostienen que los padres tienen un impacto fundamental en la expresión del desarrollo de sus hijos. En un sistema controlado por la crianza, la actividad genética estaría vinculada dinámicamente a un entorno en constante cambio. Algunos entornos mejoran el potencial del niño, mientras que otros entornos pueden inducir disfunción y enfermedad. En contraste con el mecanismo de destino fijo imaginado por los naturistas, los mecanismos de crianza ofrecen una oportunidad para moldear la expresión biológica de un individuo regulando o "controlando" su entorno.
Al revisar la controversia entre la naturaleza y la crianza a lo largo de los años, es evidente que, a veces, el apoyo a los mecanismos de la naturaleza predomina sobre el concepto de crianza, mientras que en otras ocasiones ocurre lo contrario. Desde la revelación del código genético del ADN por Watson y Crick en 1953, el concepto de genes autorregulados que controlan nuestra fisiología y comportamiento ha prevalecido sobre la influencia percibida de las señales ambientales. Eliminar la responsabilidad personal en el desarrollo de la vida nos deja con la creencia que casi todos los rasgos humanos negativos o defectuosos representan un fallo mecánico del mecanismo molecular humano. A principios de la década de 1980, los biólogos estaban completamente convencidos de que los genes "controlan" la biología. Además, se asumió que un mapa del genoma humano completo proporcionaría a la ciencia toda la información necesaria no solo para "curar" todos los males de la humanidad, sino también para crear un Mozart u otro Einstein. El Proyecto Genoma Humano resultante fue diseñado como un esfuerzo global dedicado a descifrar el código genético humano.
La función principal de los genes es servir como planos bioquímicos que codifican la compleja estructura química de las proteínas, las “partes” moleculares a partir de las cuales se construyen las células. El pensamiento convencional sostenía que había un gen para codificar cada una de las 70,000 a 90,000 proteínas diferentes que componen nuestro cuerpo. Además de los genes que codifican proteínas, la célula también contiene genes reguladores que "controlan" la expresión de otros genes. Los genes reguladores presumiblemente orquestan la actividad de un gran número de genes estructurales cuyas acciones contribuyen colectivamente a los complejos patrones físicos que proporcionan a cada especie su anatomía específica. Además, se presume que otros genes reguladores controlan la expresión de rasgos como la conciencia, la emoción y la inteligencia.
Antes de que el proyecto despegara, los científicos ya habían estimado que la complejidad humana necesitaría un genoma (la colección total de genes) de más de 100,000 genes. Esto se basó en una estimación conservadora de que había más de 30,000 genes reguladores y más de 70,000 genes codificadores de proteínas almacenados en el genoma humano. Cuando se informaron los resultados del proyecto del genoma humano este año, la conclusión se presentó como una "broma cósmica". Justo cuando la ciencia pensaba que tenía toda la vida resuelta, el universo lanzó una bola curva biológica. En todo el alboroto sobre la secuenciación del código genético humano y quedar atrapados en la brillante hazaña tecnológica, no nos hemos centrado en el "significado" real de los resultados. Estos resultados anulan una creencia fundamental fundamental adoptada por la ciencia convencional.
El chiste cósmico del proyecto Genome se refiere al hecho de que todo el genoma humano consta de sólo 34,000 genes [véase Science 2001, 291 (5507) y Nature 2001, 409 (6822)]. ¡Dos tercios de los genes necesarios anticipados y presuntos no existen! ¿Cómo podemos explicar la complejidad de un ser humano controlado genéticamente cuando ni siquiera hay suficientes genes para codificar solo las proteínas?
El "fracaso" del genoma para confirmar nuestras expectativas revela que nuestra percepción de cómo "funciona" la biología se basa en suposiciones o información incorrecta. Nuestra "creencia" en el concepto de determinismo genético aparentemente es fundamentalmente defectuosa. No podemos atribuir el carácter de nuestras vidas únicamente a la consecuencia de la "programación" genética inherente. Los resultados del genoma nos obligan a reconsiderar la pregunta: "¿De dónde adquirimos nuestra complejidad biológica?" En un comentario sobre los sorprendentes resultados del estudio del Genoma Humano, David Baltimore (2001), uno de los genetistas más destacados del mundo y ganador del premio Nobel, abordó este tema de complejidad:
“Pero a menos que el genoma humano contenga muchos genes que son opacos para nuestras computadoras, está claro que no ganamos nuestra indudable complejidad sobre los gusanos y las plantas usando más genes.
Entender lo que nos da nuestra complejidad - nuestro enorme repertorio conductual, capacidad para producir acción consciente, notable coordinación física, alteraciones ajustadas con precisión en respuesta a variaciones externas del entorno, aprendizaje, memoria ... ¿necesito continuar? - sigue siendo un desafío para el futuro. “[Baltimore, 2001, énfasis mío].
Por supuesto, la consecuencia más interesante de los resultados del proyecto es que ahora debemos enfrentar ese “desafío para el futuro” al que alude Baltimore. ¿Qué "controla" nuestra biología, si no los genes? En el fragor del frenesí del genoma, el énfasis en el proyecto eclipsó el brillante trabajo de muchos biólogos que estaban revelando una comprensión radicalmente diferente de los mecanismos de "control" de los organismos. Emergiendo a la vanguardia de la ciencia celular está el reconocimiento de que el ambiente, y más específicamente, nuestra percepción del ambiente, controla directamente nuestro comportamiento y actividad genética (Thaler, 1994).
La biología convencional ha construido su conocimiento sobre lo que se conoce como el "dogma central". Esta creencia inviolable afirma que el flujo de información en los organismos biológicos va del ADN al ARN y luego a las proteínas. Dado que el ADN (genes) es el peldaño más alto de este flujo de información, la ciencia adoptó la noción de la primacía del ADN, con "primacía" en este caso que significa primera causa. El argumento a favor de la determinación genética se basa en la premisa de que el ADN está en "control". ¿Pero es?
Casi todos los genes de la célula se almacenan en su orgánulo más grande, el núcleo. La ciencia convencional sostiene que el núcleo representa el "centro de mando de la célula", una noción basada en el supuesto de que los genes "controlan" (determinan) la expresión de la célula (Vinson, et al, 2000). Como "centro de mando" de la célula, se da a entender que el núcleo representa el equivalente del "cerebro" de la célula.
Si se extrae el cerebro de cualquier organismo vivo, la consecuencia necesaria de esa acción es la muerte inmediata del organismo. Sin embargo, si se extrae el núcleo de una célula, la célula no necesariamente muere. Algunas células enucleadas pueden sobrevivir durante dos o meses sin poseer ningún gen. Las células enucleadas se utilizan habitualmente como "capas alimentadoras" que apoyan el crecimiento de otros tipos de células especializadas. En ausencia de un núcleo, las células mantienen su metabolismo, digieren los alimentos, excretan desechos, respiran, se mueven por su entorno reconociendo y respondiendo adecuadamente a otras células, depredadores o toxinas. En última instancia, estas células mueren, ya que sin su genoma, las células enucleadas no pueden reemplazar las proteínas desgastadas o defectuosas necesarias para las funciones vitales.
El hecho de que las células mantengan una vida exitosa e integrada en ausencia de genes, revela que los genes no son el "cerebro" de la célula. La razón principal por la que los genes no pueden "controlar" la biología es que no son auto emergentes (Nijhout, 1990). Esto significa que los genes no pueden auto-actualizarse, son químicamente incapaces de activarse o desactivarse. La expresión génica está bajo el control regulador de señales ambientales que actúan a través de mecanismos epigenéticos (Nijhout, 1990, Symer y Bender, 2001).
Sin embargo, los genes son fundamentales para la expresión normal de la vida. En lugar de servir en la capacidad de "control", los genes representan los planos moleculares necesarios en la fabricación de proteínas complejas que proporcionan la estructura y las funciones de la célula. Los defectos en los programas genéticos, las mutaciones, pueden afectar profundamente la calidad de vida de quienes los poseen. Es importante señalar que la vida de menos del 5% de la población se ve afectada por genes defectuosos. Estos individuos expresan defectos de nacimiento de propagación genética, ya sea que se manifiesten al nacer o aparezcan más tarde en la vida.
La importancia de estos datos es que más del 95% de la población llegó a este mundo con un genoma intacto, uno que codificaría para una existencia sana y en forma. Si bien la ciencia ha centrado sus esfuerzos en evaluar el papel de los genes mediante el estudio del% 5 de la población con genes defectuosos, no ha avanzado mucho en cuanto a por qué la mayoría de la población, que posee un genoma adecuado, adquiere disfunción y enfermedad. Simplemente no podemos “culpar” de su realidad a los genes (naturaleza).
La atención científica sobre lo que "controla" la biología está cambiando del ADN a la membrana celular (Lipton, et al., 1991, 1992, 1998b, 1999). En la economía de la célula, la membrana es el equivalente a nuestra "piel". La membrana proporciona una interfaz entre el entorno en constante cambio (no propio) y el entorno controlado cerrado del citoplasma (propio). La "piel" embrionaria (ectodermo) proporciona dos sistemas de órganos en el cuerpo humano: el tegumento y el sistema nervioso. En las células, estas dos funciones están integradas dentro de la capa simple que envuelve el citoplasma.
Las moléculas de proteína en la membrana celular interconectan las demandas de los mecanismos fisiológicos internos con las exigencias ambientales existentes (Lipton, 1999). Estas moléculas de "control" de membrana están compuestas por pares que consisten en proteínas receptoras y proteínas efectoras. Los receptores de proteínas reconocen las señales ambientales (información) de la misma manera que nuestros receptores (por ejemplo, ojos, oídos, nariz, gusto, etc.) leen nuestro entorno. Las proteínas receptoras específicas se "activan" químicamente al recibir una señal ambiental reconocible (estímulo). En su estado activado, la proteína receptora se acopla y, a su vez, activa proteínas efectoras específicas. Las proteínas efectoras "activadas" "controlan" selectivamente la biología de la célula al coordinar una respuesta a la señal ambiental iniciadora.
Los complejos de proteína receptor-efectora sirven como "interruptores" que integran la función del organismo dentro de su entorno. El componente receptor del interruptor proporciona "conciencia del medio ambiente" y el componente efector genera una "sensación física" en respuesta a esa conciencia. Por definición estructural y funcional, los interruptores receptor-efector representan unidades moleculares de percepción, que se define como "conciencia del medio ambiente a través de la sensación física". Los complejos de proteínas de percepción "controlan" el comportamiento celular, regulan la expresión génica y se han visto implicados en la reescritura del código genético (Lipton, 1999).
Cada célula es innatamente inteligente en el sentido de que generalmente posee “planos” genéticos para crear todos los complejos de percepción necesarios que le permiten sobrevivir y prosperar en su nicho ambiental normal. El ADN que codifica estos complejos de proteínas perceptuales ha sido adquirido y acumulado por las células durante cuatro mil millones de años de evolución. Los genes que codifican la percepción se almacenan en el núcleo de la célula y se duplican antes de la división celular, proporcionando a cada célula hija un conjunto de complejos de percepción que sustentan la vida.
Sin embargo, los entornos no son estáticos. Los cambios en los entornos generan la necesidad de "nuevas" percepciones por parte de los organismos que habitan esos entornos. Ahora es evidente que las células crean nuevos complejos de percepción a través de su interacción con nuevos estímulos ambientales. Utilizando un grupo de genes recientemente descubierto, denominados colectivamente "genes de ingeniería genética", las células pueden crear nuevas proteínas de percepción en un proceso que representa el aprendizaje y la memoria celular (Cairns, 1988, Thaler 1994, Appenzeller, 1999, Chicurel, 2001) .
Este mecanismo de escritura de genes evolutivamente avanzado permite que nuestras células inmunes respondan a antígenos extraños creando anticuerpos que salvan vidas (Joyce, 1997, Wedemayer, et al., 1997). Los anticuerpos son proteínas de forma específica que la célula fabrica para complementar físicamente al invasor. antígenos. Como proteínas, los anticuerpos requieren un gen ("modelo") para su ensamblaje. Curiosamente, los genes de anticuerpos diseñados específicamente que se derivan de la respuesta inmune no existían antes de que la célula fuera expuesta al antígeno. La respuesta inmune, que toma alrededor de tres días desde la exposición inicial al antígeno hasta la aparición de anticuerpos específicos, da como resultado el "aprendizaje" de una nueva proteína de percepción (el anticuerpo) cuyo ADN "modelo" ("memoria") puede ser transmitido genéticamente a todas las células hijas.
Al crear una percepción que conserva la vida, la célula debe acoplar un receptor receptor de señales con una proteína efectora que "controla" la respuesta conductual adecuada. El carácter de una percepción se puede calificar por el tipo de respuesta que evoca el estímulo ambiental. Las percepciones positivas producen una respuesta de crecimiento, mientras que las negativas activan la respuesta de protección de la célula (Lipton, 1998b, 1999).
Aunque las proteínas de percepción se fabrican a través de mecanismos genéticos moleculares, la activación del proceso de percepción está "controlada" o iniciada por señales ambientales. La expresión de la célula está principalmente moldeada por su percepción del medio ambiente y no por su código genético, un hecho que enfatiza el papel de la crianza en el control biológico. La influencia controladora del medio ambiente se subraya en estudios recientes sobre células madre (Vogel, 2000). Las células madre, que se encuentran en diferentes órganos y tejidos del cuerpo adulto, son similares a las células embrionarias en que no se diferencian, aunque tienen el potencial de expresar una amplia variedad de tipos de células maduras. Las células madre no controlan su propio destino. La diferenciación de las células madre se basa en el entorno en el que se encuentra la célula. Por ejemplo, se pueden crear tres entornos de cultivo de tejidos diferentes. Si se coloca una célula madre en el cultivo número uno, puede convertirse en una célula ósea. Si la misma célula madre se colocó en el cultivo dos, se convertirá en una célula nerviosa o, si se coloca en el plato de cultivo número tres, la célula madurará como una célula del hígado. El destino de la célula está "controlado" por su interacción con el medio ambiente y no por un programa genético autónomo.
Si bien cada célula es capaz de comportarse como una entidad de vida libre, al final de la evolución las células comenzaron a reunirse en comunidades interactivas. Las organizaciones sociales de células resultaron de un impulso evolutivo para mejorar la supervivencia. Cuanto más "conciencia" posee un organismo, más capaz es de sobrevivir. Considere que una sola celda tiene X cantidad de conciencia. Entonces, una colonia de 25 células tendría una conciencia colectiva de 25X. Dado que cada célula de la comunidad tiene la oportunidad de compartir conciencia con el resto del grupo, cada célula posee efectivamente una conciencia colectiva de 25X. ¿Qué es más capaz de sobrevivir, una célula con conciencia 1X o una con conciencia 25X? La naturaleza favorece el ensamblaje de células en comunidades como un medio para expandir la conciencia.
La transición evolutiva de formas de vida unicelulares a formas de vida multicelulares (comunitarias) representó un punto alto intelectual y técnicamente profundo en la creación de la biosfera. En el mundo de los protozoos unicelulares, cada célula es un ser independiente e inteligente por naturaleza, que ajusta su biología a su propia percepción del entorno. Sin embargo, cuando las células se unen para formar "comunidades" multicelulares, es necesario que las células establezcan una relación social compleja. Dentro de una comunidad, las células individuales no pueden comportarse de forma independiente, de lo contrario, la comunidad dejaría de existir. Por definición, los miembros de una comunidad deben seguir una sola voz “colectiva”. La voz “colectiva” que controla la expresión de la comunidad representa la suma de todas las percepciones de cada célula del grupo.
Las comunidades celulares originales constaban de decenas a cientos de células. La ventaja evolutiva de vivir en comunidad pronto llevó a organizaciones compuestas por millones, miles de millones o incluso billones de células individuales socialmente interactivas. Para sobrevivir a densidades tan altas, las asombrosas tecnologías desarrolladas por las células llevaron a entornos altamente estructurados que aturdirían las mentes y la imaginación de los ingenieros humanos. Dentro de estos entornos, las comunidades de células subdividen la carga de trabajo entre sí, lo que lleva a la creación de cientos de tipos de células especializadas. Los planes estructurales para crear estas comunidades interactivas y células diferenciadas están escritos en el genoma de cada célula dentro de la comunidad.
Aunque cada célula individual tiene dimensiones microscópicas, el tamaño de las comunidades multicelulares puede variar desde lo apenas visible hasta lo monolítico en proporción. En nuestro nivel de perspectiva, no observamos células individuales, pero reconocemos las diferentes formas estructurales que adquieren las comunidades celulares. Percibimos estas comunidades estructuradas macroscópicas como plantas y animales, lo que nos incluye a nosotros mismos entre ellos. Si bien puede considerarse a sí mismo como una entidad única, en realidad es la suma de una comunidad de aproximadamente 50 billones de células individuales.
La eficacia de comunidades tan grandes se ve reforzada por la subdivisión del trabajo entre las células componentes. La especialización citológica permite que las células formen los tejidos y órganos específicos del cuerpo. En los organismos más grandes, solo un pequeño porcentaje de las células funcionan para percibir el entorno externo de la comunidad. Grupos de "células de percepción" especializadas forman los tejidos y órganos del sistema nervioso. La función del sistema nervioso es percibir el medio ambiente y coordinar la respuesta biológica de la comunidad celular a los estímulos ambientales incidentes.
Los organismos multicelulares, como las células que los componen, están genéticamente dotados de complejos de percepción de proteínas fundamentales que permiten que el organismo sobreviva eficazmente en su entorno. Las percepciones genéticamente programadas se denominan instintos. Al igual que las células, los organismos también son capaces de interactuar con el medio ambiente y crear nuevas vías de percepción. Este proceso proporciona un comportamiento aprendido.
A medida que uno asciende por el árbol de la evolución, pasando de organismos multicelulares más primitivos a más avanzados, hay un cambio profundo del uso predominante de percepciones genéticamente programadas (instinto) al uso de la conducta aprendida. Los organismos primitivos dependen principalmente de los instintos para la mayor parte de su repertorio conductual. En los organismos superiores, especialmente los humanos, la evolución del cerebro ofrece una gran oportunidad para crear una gran base de datos de percepciones aprendidas, lo que reduce la dependencia de los instintos. Los seres humanos están dotados de una gran cantidad de instintos vitales propagados genéticamente. La mayoría de ellos no son evidentes para nosotros, ya que operan por debajo de nuestro nivel de conciencia, proporcionando la función y el mantenimiento de células, tejidos y órganos. Sin embargo, algunos instintos básicos generan un comportamiento evidente y observable. Por ejemplo, la respuesta de succión del recién nacido o la retracción de una mano cuando un dedo se quema en una llama.
“Los seres humanos dependen más del aprendizaje para sobrevivir que otras especies. No tenemos instintos que nos protejan automáticamente y nos encuentren comida y refugio, por ejemplo ". (Schultz y Lavenda, 1987) Tan importantes como son los instintos para nuestra supervivencia, nuestras percepciones aprendidas son más importantes, especialmente a la luz del hecho de que pueden anular los instintos genéticamente programados. Dado que las percepciones dirigen la actividad genética y comprometen la conducta, las percepciones aprendidas que adquirimos son fundamentales para "controlar" el carácter fisiológico y conductual de nuestras vidas. La suma de nuestros instintos y percepciones aprendidas forman colectivamente la mente subconsciente, que a su vez, es la fuente de la voz "colectiva" que nuestra célula "acordó" seguir.
Aunque en el momento de la concepción estamos dotados de percepciones innatas (instintos), solo comenzamos a adquirir percepciones aprendidas en el momento en que nuestro sistema nervioso se vuelve funcional. Hasta hace poco, el pensamiento convencional sostenía que el cerebro humano no era funcional hasta algún tiempo después del nacimiento, en el sentido de que muchas de sus estructuras no están completamente diferenciadas (desarrolladas) hasta ese momento. Sin embargo, esta suposición ha sido invalidada por el trabajo pionero de Thomas Verny (1981) y David Chamberlain (1988), entre otros, quienes han revelado las vastas capacidades sensoriales y de aprendizaje expresadas por el sistema nervioso fetal.
El significado de esta comprensión es que las percepciones experimentadas por el feto tendrían un efecto profundo sobre su fisiología y desarrollo. Esencialmente, las percepciones experimentadas por el feto son las mismas que las experimentadas por la madre. La sangre fetal está en contacto directo con la sangre de la madre a través de la placenta. La sangre es uno de los componentes más importantes del tejido conectivo, a través de él pasan la mayoría de los factores organizadores (p. Ej., Hormonas, factores de crecimiento, citocinas) que coordinan la función de los sistemas del cuerpo. A medida que la madre responde a sus percepciones del entorno, su sistema nervioso activa la liberación de señales de coordinación de la conducta en su torrente sanguíneo. Estas señales reguladoras controlan la función, e incluso la actividad genética, de los tejidos y órganos que necesita para participar en la respuesta conductual requerida.
Por ejemplo, si una madre está bajo estrés ambiental, activará su sistema suprarrenal, un sistema de protección que le permite luchar o huir. Estas hormonas del estrés que se liberan en la sangre preparan al cuerpo para participar en una respuesta de protección. En este proceso, los vasos sanguíneos de las vísceras se contraen, lo que obliga a la sangre a nutrir los músculos y huesos periféricos que brindan protección. Las respuestas de lucha o huida dependen del comportamiento reflejo (rombencéfalo) más que del razonamiento consciente (prosencéfalo). Para facilitar este proceso, las hormonas del estrés constriñen los vasos sanguíneos del prosencéfalo, lo que obliga a que más sangre vaya al cerebro posterior en apoyo de las funciones reflejas del comportamiento. La constricción de los vasos sanguíneos en el intestino y el prosencéfalo durante una respuesta al estrés reprime respectivamente el crecimiento y el razonamiento consciente (inteligencia).
Ahora se reconoce que, junto con los nutrientes, las señales de estrés y otros factores de coordinación en la sangre de la madre atraviesan la placenta y entran en el sistema fetal (Christensen 2000). Una vez que estas señales reguladoras maternas ingresan al torrente sanguíneo fetal, afectan los mismos sistemas diana en el feto que en la madre. El feto experimenta simultáneamente lo que la madre está percibiendo con respecto a sus estímulos ambientales. En entornos estresantes, la sangre fetal fluye preferentemente hacia los músculos y el cerebro posterior, mientras que acorta el flujo hacia las vísceras y el prosencéfalo. El desarrollo de los tejidos y órganos fetales es proporcional a la cantidad de sangre que reciben. En consecuencia, una madre que experimente estrés crónico alterará profundamente el desarrollo de los sistemas fisiológicos de su hijo que proporcionan crecimiento y protección.
Las percepciones aprendidas adquiridas por un individuo comienzan a surgir en el útero y pueden subdividirse en dos categorías amplias. Un conjunto de percepciones aprendidas dirigidas hacia el exterior "controlan" cómo respondemos a los estímulos ambientales. La naturaleza ha creado un mecanismo para facilitar este proceso de aprendizaje temprano. Al encontrar un nuevo estímulo ambiental, el recién nacido está programado para observar primero cómo responde la madre o el padre a la señal. Los bebés son particularmente hábiles para interpretar los caracteres faciales de los padres al discriminar la naturaleza positiva o negativa de un nuevo estímulo. Cuando un bebé encuentra nuevas características ambientales, generalmente se enfoca primero en la expresión de los padres para aprender a responder. Una vez que se reconoce la nueva característica ambiental, se combina con una respuesta conductual adecuada. El programa acoplado de entrada (estímulo ambiental) y salida (respuesta conductual) se almacena en el subconsciente como una percepción aprendida. Si el estímulo reaparece alguna vez, el comportamiento "programado" codificado por la percepción subconsciente se activa inmediatamente. El comportamiento se basa en un mecanismo simple de estímulo-respuesta.
Las percepciones aprendidas dirigidas hacia el exterior se crean en respuesta a todo, desde objetos simples hasta interacciones sociales complejas. En conjunto, estas percepciones aprendidas contribuyen a la inculturación de un individuo. La "programación" parental del comportamiento subconsciente de un niño le permite a ese niño adaptarse a la voz o creencias "colectivas" de la comunidad.
Además de las percepciones dirigidas hacia el exterior, los seres humanos también adquieren percepciones dirigidas hacia el interior que nos proporcionan creencias sobre nuestra "identidad propia". Para saber más sobre nosotros mismos, aprendemos a vernos a nosotros mismos como nos ven los demás. Si un padre le da a un niño una imagen de sí mismo positiva o negativa, esa percepción se registra en el subconsciente del niño. La imagen adquirida de uno mismo se convierte en la voz subconsciente “colectiva” que da forma a nuestra fisiología (por ejemplo, características de salud, peso) y comportamiento. Aunque cada célula es innatamente inteligente, por acuerdo común, dará su lealtad a la voz colectiva, incluso si esa voz se involucra en actividades autodestructivas. Por ejemplo, si a un niño se le da la percepción de sí mismo de que puede tener éxito, se esforzará continuamente por lograrlo. Sin embargo, si al mismo niño se le proporcionó la creencia de que "no era lo suficientemente bueno", el cuerpo debe ajustarse a esa percepción, incluso mediante el autosabotaje si es necesario, para frustrar el éxito.
La biología humana depende tanto de las percepciones aprendidas, que no es sorprendente que la evolución nos haya proporcionado un mecanismo que fomenta el aprendizaje rápido. La actividad cerebral y los estados de conciencia se pueden medir electrónicamente mediante electroencefalografía (EEG). Hay cuatro estados fundamentales de conciencia que se distinguen por la frecuencia de la actividad electromagnética en el cerebro. El tiempo que un individuo pasa en cada uno de estos estados del EEG está relacionado con un patrón secuencial expresado durante el desarrollo infantil (Laibow, 1999).
Las ondas DELTA (0.5-4 Hz), el nivel más bajo de actividad, se expresan principalmente entre el nacimiento y los dos años de edad. Cuando una persona está en DELTA, está en un estado inconsciente (parecido al sueño). Entre los dos y los seis años de edad, el niño comienza a pasar más tiempo en un nivel más alto de actividad EEG caracterizado como THETA (4-8 Hz) .THETA actividad es el estado que experimentamos al levantarnos, cuando estamos a la mitad. dormido y medio despierto. Los niños están en este estado muy imaginativo cuando juegan, creando deliciosos pasteles hechos con barro o valientes corceles con escobas viejas.
El niño comienza a expresar preferentemente un nivel aún más alto de actividad EEG llamado ondas ALPHA alrededor de los seis años. ALPHA (8-12 HZ) se asocia con estados de conciencia tranquila. Alrededor de los 12 años, el espectro EEG del niño puede expresar períodos sostenidos de ondas BETA (12-35 HZ), el nivel más alto de actividad cerebral caracterizado como "conciencia activa o enfocada".
La importancia de este espectro de desarrollo es que un individuo generalmente no mantiene la conciencia activa (actividad ALPHA) hasta después de los cinco años de edad. Antes del nacimiento y durante los primeros cinco años de vida, el bebé se encuentra principalmente en DELTA y THETA, que representa un estado hipnogógico. Para hipnotizar a un individuo es necesario reducir su función cerebral a estos niveles de actividad. En consecuencia, el niño está esencialmente en un "trance" hipnótico durante los primeros cinco años de su vida. Durante este tiempo, está descargando percepciones que controlan la biología sin siquiera el beneficio o la interferencia de la discriminación consciente. El potencial de un niño está "programado" en su mente subconsciente durante esta fase de desarrollo.
Las percepciones aprendidas están "cableadas" como vías sinápticas en el subconsciente, que esencialmente representa lo que reconocemos como el cerebro. La conciencia, que se expresa funcionalmente con la aparición de ondas ALPHA alrededor de los seis años de vida, está asociada con la adición más reciente al cerebro, la corteza prefrontal. La conciencia humana se caracteriza por la conciencia del "yo". Si bien la mayoría de nuestros sentidos, como ojos, oídos y nariz, observan el mundo exterior, la conciencia se asemeja a un "sentido" que observa el funcionamiento interno de su propia comunidad celular. La conciencia siente las sensaciones y emociones generadas por el cuerpo y tiene acceso a la base de datos almacenada que comprende nuestra biblioteca perceptiva.
Para comprender la diferencia entre el subconsciente y la conciencia, considere esta relación instructiva: la mente subconsciente representa el disco duro del cerebro (ROM) y la mente consciente es el equivalente del "escritorio" (RAM). Como un disco duro, el subconsciente puede almacenar una cantidad inimaginable de datos perceptivos. Se puede programar para estar "en línea", lo que significa que las señales entrantes van directamente a la base de datos y se procesan sin la necesidad de una intervención consciente.
Para cuando la conciencia evoluciona a un estado funcional, la mayoría de las percepciones fundamentales sobre la vida se han programado en el disco duro. La conciencia puede acceder a esta base de datos y abrir para la revisión una percepción previamente aprendida, como un guión conductual. Esto sería lo mismo que abrir un documento desde el disco duro al escritorio. En conciencia, tenemos la capacidad de revisar el guión y editar el programa como mejor nos parezca, tal como lo hacemos con los documentos abiertos en nuestras computadoras. Sin embargo, el proceso de edición no cambia de ninguna manera la percepción original que todavía está programada en el subconsciente. Ninguna cantidad de gritos o halagos de la conciencia puede cambiar el programa subconsciente. Por alguna razón, creemos que hay una entidad en el subconsciente que escucha y responde a nuestros pensamientos. En realidad, el subconsciente es una base de datos fría y sin emociones de programas almacenados. Su función está estrictamente relacionada con la lectura de las señales ambientales y la participación de los programas de conducta cableados, sin hacer preguntas ni emitir juicios.
A través de pura fuerza de voluntad e intención, la conciencia puede intentar anular una cinta subconsciente. Por lo general, tales esfuerzos se encuentran con diversos grados de resistencia, ya que las células están obligadas a adherirse al programa subconsciente. En algunos casos, las tensiones entre la fuerza de voluntad consciente y los programas subconscientes pueden provocar graves trastornos neurológicos. Por ejemplo, considere el destino del pianista australiano David Helfgott, cuya historia se presentó en la película Shine. David fue programado por su padre, un sobreviviente del holocausto, para no tener éxito, porque el éxito lo haría vulnerable en el sentido de que se destacaría de los demás. A pesar de la implacabilidad de la programación de su padre, David era consciente de que era un pianista de talla mundial. Para demostrar su valía, Helfgott eligió deliberadamente una de las composiciones para piano más difíciles, una pieza de Rachmaninoff, para tocar en la competencia nacional. Como revela la película, en la etapa final de su asombrosa actuación, se produjo un gran conflicto entre su voluntad consciente de triunfar y el programa subconsciente de fracasar. Cuando tocó con éxito la última nota, se desmayó, al despertar estaba irremediablemente loco. El hecho de que su fuerza de voluntad consciente forzara el mecanismo de su cuerpo a violar la voz “colectiva” programada condujo a un colapso neurológico.
Los conflictos que generalmente experimentamos en la vida están frecuentemente relacionados con nuestros esfuerzos conscientes de tratar de "forzar" cambios en nuestra programación subconsciente. Sin embargo, a través de una variedad de nuevas modalidades de psicología energética (por ejemplo, Psych-K, EMDR, Avatar, etc.) se puede evaluar el contenido de las creencias subconscientes y, utilizando protocolos específicos, la conciencia puede facilitar una rápida "reprogramación" de las creencias fundamentales limitantes.